En el año 2017, la Comisión Económica para America Latina y el Caribe – CEPAL, determinó que las políticas públicas creadas en esta región tenían muy poca relación con el desarrollo de propuestas bioeconómicas, lo que implicaba que los gobiernos poca atención le prestaran al tema.
Situación diferente ocurrió en Europa, pues desde el año 2012 se implementó una estrategia de bioeconomía denominada “Innovating for Sustainable Growth. A Bioeconomy for Europe”, en la cual se planteaban tres pilares principales : i) inversión en innovación y educación; ii) coordinación y compromiso de las partes interesadas; y iii) la apertura de mercados y la mejora de la competitividad. Vale la pena advertir que para el año 2014 Europa ya generaba 18,6 millones de empleos y 2,2 billones de euros en ventas por desarrollo bioeconómico (T. Ronzon, 2017).
De hecho, según datos obtenidos de The Business Opportunity Contributing to a Sustainable World, La bioeconomía representa un potencial económico a nivel mundial de US$7,7 trillones para 2030, apalancados por el cambio de consumo y las diferentes políticas regulatorias expedidas a nivel internacional.
De las enseñanzas dejadas por las experiencias internacionales, se debe resaltar que el impulso de la bioeconomía requiere un inmenso desarrollo tecnológico, de innovación y de transferencia de conocimiento, pero también un importante apalancamiento económico que permita impulsar las estrategias de las nuevas ideas que a futuro fortalecerán el desarrollo sostenible de los países.
En Colombia podríamos afirmar que, si bien ya existían algunos elementos incipientes en materia de investigación liderados por distintos centros de investigación, el desarrollo o el surgimiento de empresas dedicadas a buscar nuevas alternativas no era una realidad, de hecho, los elementos innovadores estaban más asociados a la búsqueda constante del cumplimiento de normas, y no tanto así al desarrollo de políticas voluntarias de crecimiento verde al interior de las organizaciones.
El CONPES de Crecimiento Verde elaborado por el Gobierno Nacional en el año 2018, continuó la pequeña ruta que se había planteado en el Plan Nacional de Negocios Verdes, elaborado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible en el año 2014. Este CONPES, reconoció en su diagnóstico, que en Colombia ni siquiera existía la forma de obtener cifras oficiales que permitieran medir el aporte de la bioeconomía, en gran parte porque (i) no existía un liderazgo institucional que permitiera orientarla; (ii) las carteras que impulsaban este crecimiento estaban desarticuladas; (iii) no habían los suficientes recursos para realizar labores de investigación; e (iv) incluso para la época se evidenciaba poca experiencia y capacidad en el desarrollo de estos productos.
Si bien los últimos 4 años han mostrado un incremento en desarrollo bioeconómico, pareciera que la situación aún no avanza al ritmo esperado. Tan solo hasta el año 2020 se creó la Misión Nacional de Bioeconomía para una Colombia Potencia Viva y Diversa: Hacia una sociedad impulsada por el Conocimiento, la cual se ha acompañado de un incremento de recursos en ciencia y tecnología para financiar diferentes proyectos. Sin embargo, según cifras de la Oficina de Negocios Verdes del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible tan solo se han verificado 2581 negocios verdes (MADS, 2021) en el territorio nacional, situación nada alentadora si se comparan las cifras de crecimiento mundial.
El reto es enorme, máxime si tenemos en cuenta que en la priorización de los sectores con alto potencial bioeconómico, encontramos a la agricultura y la ganadería, alimentos y bebidas, salud, energía, químicos y cosméticos como aquellos que están llamados a apalancar los números de crecimiento (Priorización De Los Sectores Estratégicos De Bioeconomía Para Colombia, 2018), los cuales a hoy representan gran parte del aporte al PIB del país (tan solo el sector primario aportó en el 2020 el 12,9% del PIB).
Todo lo anterior, sin contar el beneficio ambiental y social que tiene la bioeconomía en un mercado, ya que la misma no solo disminuye ostensiblemente el uso de combustibles fósiles sino que su fuente natural es el uso sostenible de la biodiversidad, lo que no solo redunda significativamente en la protección y conservación de los recursos naturales, sino que involucra los diferentes conocimientos tradicionales y promueve mayores índices de gobernanza en los territorios.
El diagnóstico ya trazó la ruta, pero la misma se debe fortalecer para encontrar respuestas positivas en los modelos de desarrollo bioeconómicos, pues sin duda está es la salida para fortalecer el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y continuar con la protección y preservación del ambiente.
Manglar Abogados S.A.S – Especialistas en Derecho Ambiental